Valientes y valiosos

9.6.09

El tren de la fresa

Prisas y nervios, son las nueve y veinte de un sábado y estamos en Atocha, tenemos que llegar a Delicias, concretamente al Museo del Ferrocarril, antes de las diez. Y el cercanías que no llega.

Finalmente lo conseguimos, claro. Nos hemos montado en un tren histórico, de madera, unas jóvenes vivarachas vestidas de época nos han regalado la consabida bandejita de fresas, una entrada al Palacio Real con visita guiada y otra al museo de Falúas, y nos han recomendado que nos adhiramos la pegatina en la que una lustrosa fresa nos distinguirá del resto de los visitantes de Aranjuez, pues así disfrutaremos de diversas ventajas. Mi acompañante hojea con avidez los panfletos que nos han facilitado mientras el trenecito comienza a traquetear.

A mí me hace gracia el anuncio que tenemos enfrente:


Pica en la foto para ampliar

Festejo en el vagón; es un trayecto bastante familiar, todos los ocupantes están de buenas, los niños ilusionados, los menos jóvenes contentos de haber esquivado la rutina, los de edad mediana expectantes ante las futuras horas. Nos comemos las fresas, el viajero de al lado sale fuera del vagón para hacer fotos, vuelve habiendo crecido un par de centímetros más debido a cierto desaire que le ha despeinado la melena.

Las muchachas vestidas de época chillan y arman follón para mantenernos entretenidos, un organizador intenta explicarnos, sin éxito, en qué consistirá el programa de hoy, las chicas que se sentaron enfrente nos hablan como si nos conociéramos de toda la vida.

Jaleo y caos nos acompañan hasta la estación de ferrocarril - en obras ... ¡ya empezamos! - . El organizador va grupo por grupo para explicar la dinámica. A nosotros nos han tocado las pegatinas amarillas, así que veremos el Palacio Real por la tarde, tenemos la mañana libre para ir a nuestro aire. Nos quedamos esperando a los autobuses que nos lleven hasta un punto de encuentro- hay tres puntos a los que te acercan desde la estación de tren, el itinerario enlaza el famoso Palacio Real con el museo taurino y el jardín del Príncipe.

Me quedo embobada admirando el estilo neomudéjar de la estación y maldigo las obras porque no se puede hacer una foto en condiciones. Tengo frío y me apetece algo para entrar en calor, pero la cafetería está detrás del vestíbulo y temo perder el bus de conexión hasta la ciudad. Así que me quedo en el vestíbulo, haciendo tiempo, básicamente. Mientras, hacemos fotos del entorno cruzando los dedos para que no salgan las redes, el cemento o las vallas que surten el paisaje.


Casi todo lo que tenemos alrededor son parejas con niños o abuelitos, no sé en qué categoría entramos nosotros. Por fin llegan los autobuses, y mi acólito propone ver el museo de Falúas. ¿Qué es una falúa?, pregunto, poco convencida a mi compañero de viaje, que se muestra atónito ante mi inconmesurable desconocimiento, - aunque me lo explica. Seguro que es mejor que el museo taurino, y además es gratis, así que accedo.

Tras el museo de Falúas (muy bonito, muy bonito) nos damos una vuelta por el jardín del Príncipe, puesto que para visitar la Casa del Labrador hay que concertar cita previa.

Por el Tajo navegan intrépidos piragüistas:

... y hace fresco, pero no nos arredramos
y nos quedamos a la intemperie,
paseando por los jardines dieciochescos.
Me pregunto cómo será jugar por aquí al escondite.

Hércules desempeñando dos de sus Doce Trabajos,
¡no me extraña que el índice de paro haya incrementado!


De los jardines de la Isla nos fuimos al emparrado;
para entonces nos venció el hambre; decidimos almorzar.


Gracias a la pegatina de la fresa lustrosa nos hicieron un d
escuento en el restaurante donde nos zampamos unos estupendos huevos fritos con jamón con patatas fritas y unos escalopines caseros muy ricos. De postre, mousse de chocolate, todo bajo en calorías, como veis.

Después del festín nos entró el típico sueñecito pre-siesta, así que nos pusimos en marcha... hasta un bar cercano, The Dubliner, donde él se tomó una cervecilla y yo un café con leche, cremoso y calentito, una delicia. Se estaba muy a gusto dentro, pero ... había que moverse, así que hicimos un esfuerzo y dimos un escueto paseo, pasando el palacio de Godoy hasta el Ayuntamiento (antes Casa de los empleados del palacio) , ver el mercado de Abastos y callejear un poquito.


El Real Sitio está atestado de marcas históricas; la Orden de Santiago, los Reyes Católicos, Felipe II, Fernando VI , el Convenio de Aranjuez (España cede a Francia su flota de guerra para atacar a la pérfida Albión) , el Motín de Aranjuez, en el que Carlos IV se ve obligado a abdicar en su codicioso hijo Fernando VII... Definitivamente, es un lugar para ir sin prisas y saboreando cada detalle.

Iglesia de San Antonio


Nos dirigimos al plato fuerte del día; el Palacio Real. La visita guiada fue amena y muy curiosa; al menos a mí se me hizo corta. Nos adentramos por diversos salones, varios ya restaurados (seda en las paredes, lámparas de cristal de Bohemia, tapices de Flandes, una réplica de la sala de las Dos Hermanas de la Alhambra, el gabinete de Porcelana... impresionante). La guía turística era/estaba muy chisposa, y aunque hubo un pique con un hombre de nuestro grupo que sostenía que Aranjuez no tenía nada que hacer en comparación con Versalles, nadie terminó herido en combate y la visita tuvo un final pacífico.

Las comparaciones pueden ser odiosas,
no sé con Versalles, porque no he estado,
pero no hay color con el palacio de El Escorial.

Hay un dicho local que dice "Si quieres ver llover, anuncia toros en Aranjuez". Ignoro si habría corrida, pero sí se puso a llover mientras curioseábamos el interior del palacio. Al salir hacía más frío aún y todavía tuvimos que esperar un ratito hasta que llegara el autobús que nos dejaba en la estación.

De vuelta a casa en el tren de época, al llegar a Madrid echamos un vistazo al museo del ferrocarril de Delicias. Terminamos, eso sí, rendiditos, no sé si es que nos hacemos mayores o si es que debiéramos haber ido en el tren de Cercanías, más rápido y visiblemente más cómodo.

Dicen que esta villa es una sartén en ésta época del año; yo lo hubiera preferido. ¡Con qué codicia desée el forro polar de una de mis compañeras de vagón...!
Así y todo, valió la pena.

2 comentarios:

FBM dijo...

Además de buena narradora eres buena fotógrafa. El tiempo no lo impidió.

Juan Carlos dijo...

Buena descripción de un buen viaje, veo. El año pasado lo hice y lo disfruté.