Hay días que muerdes despacito, sometida la cólera como si fuera un felino domesticado, al que no permites surgir de su jaula para no triturar a los demás. Si sigues así terminarás cabizbaja y resignada, viviendo una vida automatizada que dudas que otra persona quisiera para sí.
Y sin embargo, alguien un día te arroja una confesión, te envidia, porque tu interfaz logró convencerle, porque conseguiste el milagro de la fe, porque arrugaste las viejas expectativas y se arracimaron las esperanzas de un futuro brillante como la plata de tus ojos, inquebrantables ante la corrosiva tristeza.
Hay días en los que no puedes engañar a los demás y te alejas, no hay palabras que sirvan para consolarte, no consigues creerte que haya un mundo mejor, y que sea / esté en este mismo planeta, porque los metauniversos se entremezclan para que germine el extracto más puro de Murphy, porque no hay remedio ni anestesia posibles, y la sangre borbotonea al saberlo, pero el futuro está por venir, y eso es lo que más duele.
No servirán los libros, ni las canciones, ni lo poco que has aprendido.
Un día llegará la realidad aplastando la burbujita que quisiste construir y no quedará nada.
Hay días en los que sólo quieres morder al conformismo que te rodea, hasta el desgarro, pero sabes que la rabia no te llevará a buen puerto, y tu franqueza sólo sería una onda expansiva letal, y tus mentiras sólo servirían como bálsamo protector para un par de arañazos en el campo de batalla.
No importa para quién ni por cuánto tiempo.
Sólo que hay días en los que no soportas la incomensurable estupidez propia y el increíble equivalente de su peso en plomo del desaliento, inversamente proporcional a la escuálida, macilenta esperanza que no termina por prosperar, tan rodeada como está de brotes verdes.
Y sin embargo, alguien un día te arroja una confesión, te envidia, porque tu interfaz logró convencerle, porque conseguiste el milagro de la fe, porque arrugaste las viejas expectativas y se arracimaron las esperanzas de un futuro brillante como la plata de tus ojos, inquebrantables ante la corrosiva tristeza.
Hay días en los que no puedes engañar a los demás y te alejas, no hay palabras que sirvan para consolarte, no consigues creerte que haya un mundo mejor, y que sea / esté en este mismo planeta, porque los metauniversos se entremezclan para que germine el extracto más puro de Murphy, porque no hay remedio ni anestesia posibles, y la sangre borbotonea al saberlo, pero el futuro está por venir, y eso es lo que más duele.
No servirán los libros, ni las canciones, ni lo poco que has aprendido.
Un día llegará la realidad aplastando la burbujita que quisiste construir y no quedará nada.
Hay días en los que sólo quieres morder al conformismo que te rodea, hasta el desgarro, pero sabes que la rabia no te llevará a buen puerto, y tu franqueza sólo sería una onda expansiva letal, y tus mentiras sólo servirían como bálsamo protector para un par de arañazos en el campo de batalla.
No importa para quién ni por cuánto tiempo.
Sólo que hay días en los que no soportas la incomensurable estupidez propia y el increíble equivalente de su peso en plomo del desaliento, inversamente proporcional a la escuálida, macilenta esperanza que no termina por prosperar, tan rodeada como está de brotes verdes.
2 comentarios:
Pero solo son días y los días terminan y empiezan justo cada día
Cuídate ;)
PD: regris?
resosa, reazul y reverde!
Ánimo. No hay mal que cien años dure.
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