Valientes y valiosos

6.8.09

Huesos eres tú

A Rodrigo Díaz de Vivar le venía bien el alias de "Campeador" porque se pasó media vida campo arriba y campo abajo a lomos de Babieca y con la Tizona en alto. Los almorávides también le apodaron "Sidi" (señor) un término árabe del que luego derivó fonéticamente el castellano Cid.
Una vez presentado escuetamente el personaje, lo siguiente antes de iniciar el periplo mortuorio del Cid es quitarse a Charlton Heston de la cabeza, porque no se parecían en nada. Charlton Heston se parecía a Ben - Hur, pero no al Cid.

Valencia, Burgos, Francia, Alemania y la República checa son los cinco destinos conocidos de los huesos de Rodrigo Díaz de Vivar. Su periplo póstumo, durante el cual estuvo siempre acompañado por los fieles despojos de Jimena, ha sido, si no más intenso, sí más ajetreado del que desplegó en su vida guerrera (...)
Sin embargo, las cuentas no salen. O este hombre tenía huesos de más o tocamos a meñique por ciudad. Al final pasará como con el pobre Cristóbal Colón, que ahra se nos llena mucho la boca de descubridor pero resulta que tenemos cien gramos mal pesados de Colón en Sevilla.
Pues a lo peor del Cid tenemos en Burgos cuarto y mitad siendo optimistas, y eso teniendo en cuenta que lo que hay bajo el cimborrio de la catedral está mezclado con doña Jimena. Ítem más, y todo esto partiendo de la base que , poco o mucho, al final sean ellos los que están allí, que esa es otra.

La pista de sus huesos comienza el 10 de julio del año 1099, justo el día en que murió. Sus bríos guerreros se apagaron en Valencia y allí se quedó enterrado, en la catedral. La leyenda, digna de creer por el romanticismo que lleva implícita, narra que su cuerpo fue embalsamado y que cabalgó por última vez a lomos de Babieca para comandar sus tropas y ganar su última batalla.
Pero fantasías al margen, la realidad narra que el Cid permaneció enterrado en Valencia durante dos años, porque los almorávides acabaron tomando la ciudad y doña Jimena tuvo que salir por pies. Por supuesto, se llevó con ella los restos de su marido, porque si le pillan sus enemigos, se hacen un mondadientes con el fémur.

Doña Jimena se instaló con los despojos de su esposo en el monasterio burgalés de San Pedro de Cardeña, lugar escogido porque el matrimonio y sus hijos habían pasado allí varios destierros. Ya se sabe que cuando el Cid no estaba guerreando, estaba desterrado. El retiro no duró mucho para doña Jimena, porque al poco de llegar, en el año 1104, inició su supuesto definitivo encierro con su Rodrigo del alma. Y allí quedaron los dos, en amor y compañía, disfrutando de tranquilidad durante poco más de 700 años. Hasta que en el convulso año de 1808, Napoleón y sus tropas alcanzaron los sepulcros de San Pedro de Cardeña. La derrota en la batalla de Bailén no había dejado de buen humor al emperador francés, humor que recuperó en la batalla de Burgos. Doña Jimena salvó al Campeador de las iras musulmanas, pero no contó con el vandalismo de las tropas napoleónicas. Y aquí empezó el lío.

Al parecer, una delegación francesa tuvo intención de coger los huesos del Cid y enterrarlos con honores en Burgos ciudad, más que nada para congraciarse con los burgaleses. La siguiente suposición nos dice que cuando esta delegación fue a por los huesos, se encontró con que ya habían sido profanadas todas las tumbas del monasterio por sus colegas franceses.
Todo lo que había era un desbarajuste importante de huesos. No quedó otra que recoger los que sospechaban eran del Cid y señora, y llevarselos al nuevo mausoleo de Burgos.
¿Cómo supieron que eran los auténticos? No lo supieron, y como por aquel entonces no había forma de desmentir unos huesos, cogieran los que cogieran, iban a colar.

Situados los presuntos huesos de Rodrigo y Jimena en Burgos capital, debemos trasladarnos a un momento anterior. Como hemos visto, antes de que llegara la citada delegación, las tumbas habían sido ya profanadas por las tropas francesas. Inmediatamente después de este ultraje, se desplazó desde Francia una comisión parlamentaria para felicitar a Napoleón por sus victorias. Esta comisión, más ilustrada que la soldadesca, fue la que, a su paso por Burgos, supo ver que aquellos restos mancillados en San Pedro de Cardeña no merecían tal trato. Dos de los comisionados, el conde de Salm-Dick y el barón de Delamardelle, se repartieron parte de los huesos, si bien el primero guardó la mayor parte. Así quedó recogido en un acta que se firmó en París en abril de 1811, un documento excepcional que permitiría años más tarde seguir la pista de los huesos castellanos. Ahora, se impone repetir la pregunta : ¿cómo supieron el barón y el conde que los huesos que se llevaron a Francia eran del Cid y de doña Jimena? La respuesta también es la misma ; no lo supieron. Es más, ¿quién tenía los buenos? ¿El conde y el barón o la delegación que se los llevó a Burgos? ¿O ninguno? ¿O acertaron todos y se repartieron los auténticos?

Seamos optimistas y creamos que los huesos que van a Francia son los buenos, y confiemos en que los que la delegación entierra en Burgos también son genuinos, que es como aceptar pulpo como animal de compañía. De ser así, ya tenemos a la pareja repartida entre Burgos y París, más alguna costilla que quedaría tirada en el suelo de San Pedro de Cardeña.
Años después, el conde de Salm-Dick, que se había quedado con más huesos que el barón de Delamardelle, como era muy amigo del príncipe alemán Carlos Antonio de Hohenzollern-Sigmaringen, le regaló los huesos del Cid y de doña Jimena.

Aquí se impone un pequeño inciso simpático relacionado con este príncipe: el hijo de Carlos Antonio fue uno de los candidatos propuestos al trono de España durante el Sexenio Revolucionario, aunque finalmente resultó seleccionado el italiano Amadeo de Saboya. ¿Cómo llamaban los españoles al hijo de Carlos Antonio, Leopoldo Hohenzollern -Sigmaringen, cuando era uno de los aspirantes de la Corona?. Pues tradujeron Hohenzollern-Sigmaringen por "Olé olé, si me eligen" que ya dice mucho de la retranca española de aquella segunda mitad del siglo XIX. (...)

Decíamos que el conde de Salm-Dick cedió a su amigo el príncipe los huesos del héroe castellano y su esposa suplicándole "les asignara un lugr en las ricas colecciones de objetos históricos, raros o preciosos que poseía en Sigmaringen" - en el sureste de Alemania. Y así lo hizo el príncipe. Los huesos fueron a dar al museo del castillo de Sigmaringen, donde permanecieron cuidadosamente custodiados. Así que ya tenemos los presuntos huesos del Cid y de doña Jimena en Burgos, en Francia (porque se supone que el barón Delamardelle todavía tiene los suyos) y en Alemania.
Pasaron los años, los franceses se largaron de España con viento fresco y el monasterio de San Pedro de Cardeña volvió a ser ocupado por los monjes, que reclamaron a la ciudad de Burgos la devolución de los huesos del matrimonio para enterrarlos en el mismo lugar donde estaban antes que llegara Napoleón. Al final se consiguió, pero el vapuleo no termina allí.

Llegó la desamortización de Mendizábal, cuando se incautaron los bienes de la Iglesia por el Estado. Los monjes se vieron obligados a desalojar de nuevo el monasterio de San Pedro de Cardeña, y los huesos del inquieto Cid y su esposa volvieron a la ciudad de Burgos, esta vez a la capilla de la Casa Consistorial. No es que hayamos avanzado mucho, porque seguimos igual que hace unas líneas: con huesos en Burgos, Francia y Alemania.
Entró entonces en escena un tipo importante, Francisco María Tubino, gaditano de San Roque y uno de los intelectuales más destacados del XIX, miembro de importantes academias de Bellas Artes e Historia europeas y director de la revista Andalucía. Tubino tuvo conocimiento en Viena de que los restos del Cid y doña Jimena estaban en posesión del príncipe germano, en quien, es cierto, encontró un gran colaborador para su futura cruzada; recuperar para España los restos del guerrero medieval y su esposa.

El académico revolvió Roma con Santiago y Francia con Alemania durante la recopilación de suficientes documentos que sustentaran su investigación y corroboraran las afirmaciones de la familia Hohenzollern. (...)
Tubino marchó a Alemania con una carta de Alfonso XII, recuperó los restos del héroe medieval y regresó a España con su preciada carta. Así los huesos alemanes del Cid se reunieron con los que se guardaban en la Casa Consistorial de Burgos. A partir de aquí, todos tan contentos porque se creía que el Campeador estaba completito en España. ¿Alguien recordaba que el barón Delamardelle se había quedado con una porción de los huesos? Nadie.
Y si alguien reparó en ello, dio los despojos por perdidos.

La primera pista sobre estos posibles huesos que aún quedaban en Francia la ofreció El Diario de Burgos, a finales de 2006, cuando publicó que la asociación cultural Page, que opera en la comarca de Saona y Loira, perteneciente al departamento de Borgoña, aseguraba tener los huesos del Cid, localizados por casualidad mientras elaboraba una guía del patrimonio de la zona. Este diario afirmaba que el dueño de los huesos era un francés que no quiere que su nombre se haga público, pero que asegura que son un tesoro familiar y que los huesos están guardados en una caja de cristal y madera, con un manuscrito que acredita la procedencia y la peripecia de estas reliquias. (...)

Y ahora entra en juego un cuarto país en este periplo mortuorio; la República Checa. Milos Ríha, gerente del palacio checo de Kynzvart, quizá desconozca todo el itinerario de los huesos de Rodrigo y Jimena cuando relata, henchido de orgullo, que el Gabinete de Curiosidades que alberga el museo-palacio guarda reliquias "del héroe nacional español el Cid y de doña Ximena". El castillo de Kynzvart, localizado en Bohemia occidental, muy cerca de la frontera con Alemania, perteneció a la familia Metternich durante trescientos años y hasta 1945. Los Metternich procedían de Alemania, y no resulta descabellado pensar que alguno de sus miembros recibiera como presente un trocito de cráneo del Cid y un pedacito del fémur de doña Jimena, porque esto es exactamente lo que tienen los checos. (...)
Aquí todo el mundo se ha apropiado del Cid y lo ha declarado patrimonio propio. De cualquier forma, lo que parece imponer el sentido común es una comparativa genética de los huesos checos y burgaleses, y si da positiva, ya discutiremos quién se los queda. Si los franceses se apuntan, estupendo, y si no... pues también.
Sería deseable que si algún castillo alemán o francés, si algún palacio checo o austríaco, tiene más huesos de Rodrigo y Jimena, levantara el dedo. Más que nada para averiguar si, reuniendo todas las reliquias, nos sale más de un Campeador.

Nieves Concostrina,
Polvo eres.
Peripecias y Extravagancias
de algunos cadáveres inquietos

1 comentario:

Mr Blogger dijo...

Yo tengo un hueso del cid, que me lo encontré el otro día tirado en una huertita...