Valientes y valiosos

4.7.08

María Lejárraga por Rosa Montero


La historia que voy a contar es asombrosa. Y lo es, no sólo por la fascinante peripecia vital de la protagonista, sino también porque lo ignoramos todo sobre ella. Estoy hablando de María Lejárraga, esposa de Gregorio Martínez Sierra, uno de los dramaturgos españoles más famosos de principios de siglo XX; Canción de cuna, la obra que Garci ha llevado al cine, es de él. O, mejor dicho, está firmada por él. Porque en realidad la escribió María, como todas las demás obras del marido; es un hecho comprobado (las investigaciones de Patricia O ´Connor, Alda Blanco y Antonina Rodrigo son irrefutables) que Gregorio colaboró muy poco, tal vez nada.
De modo que ella fue la autora de numerosos éxitos teatrales (sus obras fueron representadas en el extranjero y convertidas en películas en Hollywood) así como la inspiradora de Album de viaje del compositor Joaquín Turina, y de Noches en los jardines de España, de Manuel de Falla. Escribió además los libretos de El amor brujo y El sombrero de tres picos de Falla, y numerosas zarzuelas (como Las golondrinas de Usandizaga). Por si esto fuera poco, fue ensayista, feminista, socialista y diputada durante la República. Tras la guerra vivió el exilio, trabajando en periódicos y radios. Murio en Buenos Aires, lúcida y activa pocos meses antes de cumplir cien años. (...)
María nació en 1874, pero se crió en el pueblo de Carabanchel (hoy un barrio de Madrid) junto a un orfanato donde su padre trabajaba como médico. Vio, desde muy niña, el horror y el dolor de la miseria. Por entonces España era un país inmovilista y retrasado, cerrado a cal y canto al devenir de la historia. En el mundo occidental las cosas se movían y las sufragistas empezaban a reivindicar el voto y la voz para la mujer, pero aquí seguíamos anclados a un concepto retrógrado de la feminidad y la familia, impuesto por una jerarquía eclesiástica ultramontana. Tan tarde como en 1920 , por ejemplo, se intentó celebrar en España algo tan normal e inocente como el VIII congreso internacional de la IWSA, la principal asociación mundial para el sufragio de la mujer, pero al final el evento fue suspendido y trasladado a Ginebra por la oposición frontal del gobierno y las asociaciones católicas.

En 1870 Fernando de Castro fundó la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, y en 1876 Francisco Giner de los Ríos creó la Institución Libre de Enseñanza; dos puntales básicos para la modernización de nuestro país. Y es que los progresistas sabían que no podía haber progreso sin cultura, sin una revolución básica que sacara a los ciudadanos de su miseria intelectual; a principios de siglo, el 70% de los españoles eran analfabetos. Este desesperado afán de modernidad cuajó en los grandes e inquietos intelectuales de la generación del 14: Gregorio Marañón, Fernando de los Ríos, Ramiro y María de Maeztu, Clara Campoamor, Azaña... y nuestra María Lejárraga, que además era maestra. Todos ellos y unos cuantos más hicieron dar a este país un par de saltos de siglos en la breve, fulgurante y desastrosa Segunda República.

Pero hasta llegar a eso, el ambiente, sobre todo para la mujer, era irrespirable. En 1908 el jesuita Alarcón decía en un libro que la emancipación de la mujer era aberrante y que " a esas Euménides hay que encerrarlas o en casas de corrección o en los manicomios inmediatamente". Y en 1927 la revista religiosa Iris de Paz aremetía contra las socias (Lejárraga entre ellas) del Lyceum, el modosísimo club femenino montado por María de Maeztu, en el cual lo único que se hacía era asistir a conferencias culturales, tomar el té y estudiar un poco. "La sociedad haría muy bien recluyéndolas como locas y criminales. El ambiente moral de la calle y de la familia ganaría mucho con la hospitalización o el confinamiento de esas féminas excéntricas y desequilibradas". (Y es que, lo de encerrar en los manicomios a las mujeres díscolas fue una práctica común en todo el mundo en los siglos XVIII y XIX).

En este entorno vivió María Lejárraga (...)
A los veintitrés años se echó su primer y último novio; Gregorio Martínez Sierra. (...)
Se casaron tres años después, en 1900, y cuando llegaron a su apartamento después de la boda, se abrazaron y exclamaron: " ¡Ya no nos manda nadie!". Ella llevaba cinco años trabajando como maestra, pero como mujer que era, sólo podía independizarse a través del matrimonio. En cuanto a él, a los veinte era un niño y tal vez no dejara nunca de serlo (...)
Empezaron a publicar antes de casarse. Ella sacó Cuentos breves, un volumen para niños, que firmó por primera y última vez con su nombre. Y después editaron cuatro libros de Gregorio ya escritos por ella, aunque probablemente él colaborara en alguno de los primeros; de joven tenía ínfulas de poeta. Tras la boda, todo siguió lo mismo. Vivían del exiguo sueldo de maestra que ganaba María, que se tenía que levantar a las cinco de la mañana para preparar las clases y arreglar la casa. A las ocho se iba al colegio, volvía a las doce, hacía la comida de ambos, reanudaba las clases y después cuando llegaba a casa al caer la noche, se ponía a escribir las novelas y obras teatrales que luego firmaba con el nombre de él. Estaba tan agotada que se quedó en los huesos. El médico le recetó que comiera carne sangrante, pero María se sentía incapaz de probar bocado. Juan Ramón Jiménez, íntimo amigo suyo, compraba sellos vacíos en la farmacia, y los rellenaba con carne picada, obligándola después a tragarlos como una medicina.
Mientras tanto, Gregorio zanganeaba en la cama hasta muy tarde. Aunque hay que decir, para ser justos, que no permanecía del todo inactivo. Al parecer siempre tuvo grandes dotes como organizador de empresas colectivas; era capaz de autopromocionarse de un modo formidable y de sacar dinero hasta de debajo de las piedras. Así, con esa habilidad y con notable brío, fue montando diversas revistas culturales y por últmo la importante editorial Renacimiento. Como gestor, fue una figura fundamental del Modernismo español; claro que era María quien escribía las revistas, quien corregía las pruebas, quien llevaba la contabilidad. (...)

En 1906, Gregorio se lió con la hermosa Catalina Bárcena, famosa actriz joven. Era tan tópica la historia, y Gregorio parece tan insulso y feo, que una está tentada de creer que que su afición al teatro provenía del soterrado sueño de hacerse empresario para poder ligar con la primera actriz (que es exactamente lo que hizo). El caso es que Gregorio impuso a Catalina, pero no se atrevió a abandonar a María por motivos evidentes. Y lo increíble es que María aguantó. Sufrió mucho, e intentó suicidarse en 1909, pero aguantó. Escribía María en silencio para Gregorio, y le commpartía en silencio con Catalina, y en silencio soportaba las zafias y mezquinas crueldades de la actriz, que estaba frenética con esa rival que era más vieja y más fea y que nunca decía nada, pero de la que era imposible librarse porque ella era parte de su amante, y además la parte que le era más atractiva; la que correspondía al talento, al dinero y al éxito.
Esta situación imposible se prolongó durante años, hasta que en 1922 Catalina tuvo una hija con Gregorio. Entonces María se separó por fin, y se marchó a vivir a Francia; pero siguió escribiendo para su marido y manteniendo el silencio hasta el final.
Las cartas de Gregorio a su mujer son patéticas; le pide textos y más textos, como si se tratara de una máquina. Y no sólo quiere obras de teatro, sino artículos de prensa, (se los encarga de veinte en veinte) conferencias, incluso notas necrológicas (como una a la muerte de Luca de Tena). El apuntador de la compañía declararía años después que "todos en el teatro sabíamos que quien escribía las obras era doña María y que don Gregorio no escribía ni las cartas a la familia".
Sin embargo, Gregorio dice de sí: "Yo he pensado mucho y hablo con mucha gente. Y voy dejando en todas partes un prestigio personal tan grande y sólido, que sólo con esto nos bastaría para tener asegurada la prosperidad."
En la tragedia de nuestra guerra y del exilio posterior, Gregorio, que se había ido a Argentina con su amante, abandonó por completo a María y no se preocupó de enviarle el dinero de sus obras.
María vivió en Francia la Segunda Guerra Mundial, ocultándose de los nazis (perseguían a los republicanos españoles) muerta de hambre y miseria, casi ciega por una doble catarata. En 1945 algunos amigos consiguieron localizarla y se la llevaron a EEUU; también localizaron a Gregorio y le obligaron a cumplir con su deber. Gregorio envió algún dinero (poco) y unas cuantas cartas llenas de autoconmiseración y disculpas. En 1947 el hombre regresó a España y murió dos semanas después; el 50% de los derechos de las obras escritas por María pasaron a ser de la hija de Bárcena.

La parte más fascinante de esta historia increíble: a partir de 1917, María empieza a escribir ensayos y conferencias y libros feministas. Todos con la firma de su marido. María, ya traicionada por Gregorio, maltratada por la Bárcena, aguantándolo todo desde el morboso encierro de su silencio, empieza a reflexionar sobre sus propias contradicciones y hace que su marido, como el muñeco de un ventrílocuo, vocee y defienda públicamente sus análisis; resultan más efectivos si los respalda un hombre. Llegamos así a la perversa paradoja de un Gregorio que da conferencias feministas y que denuncia públicamente el delirio en el que en realidad vive;

"Las mujeres callan porque, aleccionadas por la religión, creen firmemente que la resignación es virtud; callan por miedo a la violencia del hombre, callan por costumbre de sumisión; callan, en una palabra, porque en fuerza de siglos de esclavitud, han llegado a tener el alma de esclavas".


Rosa Montero
Historias de mujeres
Editorial Alfaguara, 2007

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