"La existencia es un fogonazo que enseguida desaparece; antes incluso que nuestros ojos palpen de nuevo la oscuridad que nos rodea, la luz ya se ha ido. Se ha ido yendo mientras mirábamos".
Si traicionas la rutina, te traicionas a ti mismo. Cualquier texto, por más fuerza y vida que parezca tener, muere en mis manos en el instante justo en que lo dejo. Intento reproducir el instante, la misma canción, la misma hora, el mismo cruce de piernas bajo la mesa. Pero está muerto. Frío, inerte, y no tengo nada que decir. Nada de nada.
Yo ya no soy ese, yo ya soy otra cosa. Y lo que leo parece ser mío, pero ha sido escrito en etrusco antiguo y no lo descifro.
Siendo el mismo ser, estoy distorsionado; no puedo hacer nada por él, excepto enterrarlo en el cajón, bien lejos para que su olor a fracaso no me atormente. Pero el bribón, lo consigue.
La existencia es un fogonazo que enseguida desaparece; antes incluso que nuestros ojos palpen de nuevo la oscuridad que nos rodea, la luz ya se ha ido. Se ha ido yendo mientras mirábamos.
Esta realidad, rodeada de cadáveres –lo que hubiera podido ser y nunca será-, me fustiga. Vivo con abrojo una existencia en la que no creo y que está subrayada por la absoluta falta de creencia en cualquier cosa. Un pensamiento abocado al acantilado de lo efímero de todo. Que nada vivo vive en realidad, sino que va muriendo hasta que deja de morir, al morir.
La mía es una propuesta literaria de fracaso. Obsesiva y repetitiva. Un intento desesperado de hacer algo irremediable. Y aún sabiéndolo, me empeño en hacerlo, porque es esta la única posibilidad de existir que tengo.
Es a través de las palabras que existo, es gracias a mis textos que me has conocido, por lo que no me he suicidado aún. No me produce ninguna satisfacción, a lo máximo que aspiro es a distraerme del abismo.
Soy consciente de la incomprensión que estas reflexiones provocan en muchos. Respeto los consejos altruistas pero, francamente, no quiero tener que fingir también aquí, también en esto, tan sólo para tu tranquilidad de espíritu o para aparentar que no sé lo dañino que es, esta vía. Ni yo, ni la gente, será nunca como quieras que sea, puedes aceptarlo o sufrir las consecuencias.
Aún intento sosegar mi ira ante la frustración que estos continuos choques contra el muro me provocan. Me olvido del mundo, me concentro en el calidoscopio de mi obra, que es una única pieza rescrita mil veces y nunca exacta.
Leo Bennacker
LVIII
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