Valientes y valiosos

12.11.09

November rain

No sé cómo lo haces, con frecuencia encuentro treinta segundos en el día en el que me acuerdo de tí, o inconscientemente te dedico una maldición. Por ser tú, por haberme embrollado tanto la vida, porque ni tan siquiera tú sabías que esto acabaría de la forma más previsible, y porque aunque estuvimos eternizando nuestro adiós, nunca nos lo terminamos de creer.

No sé cómo te las arreglaste, con dos gestos y tres palabras te quedaste enganchado al dobladillo de mis vaqueros. Me dueles como una piedrecilla encerrada en un zapato; no eres importante, pero hieres igual.

A veces desearía que no hubieras surgido en mi vida, pero no; desear eso sería borrar algunas de las horas más apasionantes que he disfrutado en mi adolescencia. Supondría hacer desaparecer las madrugadas que pasamos sentados en cualquier banco de piedra hablando de todo y de nada hasta el último búho,  sería como si jamás hubiera conocido al mayor nazi musical de todos los tiempos, conllevaría eliminar todas las pullas ofensivas que nos lanzamos alguna vez, embebidos en un pulso dialéctico al que ya no someto a nadie, primero porque es difícil encontrar a quien aguante mis sarcasmos,  y segundo porque sería prácticamente imposible hallar a alguien con la misma habilidad contestataria. Significaría que no te habría encontrado por azar en cada rincón de esta bendita ciudad;  hubo un tiempo en el que nos cruzábamos al igual que Horacio Oliveira y La Maga se tropezaban por el París de Rayuela; por casualidad, pero intuyendo que nos encontraríamos. Nuestra historia siempre tuvo algo de predestinado, una fuerza involuntaria cuyas consecuencias  terminaban por señalarnos. Tal vez por eso, por llevar la contraria, nos echamos a correr en direcciones opuestas antes de tener que esbozar una línea juntos.

También quizá por eso, echamos de menos la historia que escribimos con tinta invisible a base de ausencias y distancia. Un cuento que no podemos reescribir, guardado en una botella que arrojamos a los siete mares para que descubriera el mundo y viajara en libertad, como los deseos o los sueños, un manuscrito que no lograremos recuperar, pero que tampoco podemos deshacer.

No me queda melancolía ni nostalgia por tí, sólo un manojo de canciones, algunas frases sueltas y las sonrisas que me marcaste en los labios. Pero hay días, como hoy, en los que ruedan canciones tristes, y recuerdo alguna de tus bravuconadas de adolescente, y no te perdono que me hayas negado más de tres veces, para además quedarte después con las llaves de mi pasado.

No sé cómo lo consigues, pero a veces pensar en tí es como combinar nitro y glicerina en cantidades industriales. Supongo que siempre fui una estupenda buscadora de minas antipersona, y el milagro es que sigo viva, en pie y quejándome porque me has desgajado un par de tiras de la piel del corazón.




2 comentarios:

Candela dijo...

Que nostalgico... comunicas perfectamente ese estado entre la nostalgia y la tristeza. CReo uqe todos hemos sentido algo similar no una sino varias veces en la vida.

DINOBAT dijo...

El jueguito, el jueguito de los humanos...