No te duermas - me despierto sobresaltada y miro por la ventanilla. Afuera todo es azul, luz añil, campos azules, casas celestes. Voy en un tren Madrid - Sevilla, de camino a un bautizo, son las 7.50 de la mañana. En el exterior se extiende una brisa fría que imprime a todo el mismo color índigo que el sulfato de cobre. Aún no ha amanecido, es el momento cuando no todo es más oscuro, sino equívoco; es ése instante en el que las decisiones son intuitivas y nunca razonables, porque no se distingue cerca o lejos, sur o norte. Fundido en negro.
El tren se detiene en Santa Justa, todo sucede muy deprisa. Nos recogen, presenciamos la ceremonia en una amplia iglesia moderna con vigas de madera y repleta de niños, participamos en un cóctel en los jardines de algún restaurante caro de Sevilla, acechando a los camareros para comprobar que llevan algo apetitoso en su bandeja. La tarde la pasamos tomando algo en un parque, frente a una mesa sucia a la que no le pasaron un trapo desde hace meses, disfrutando de un maduro sol de septiembre y una brisa tibia entre hojas frescas y doradas.
De regreso a Madrid, duermo en el tren, termino de organizar mi mochila, y en la madrugada siguiente, me marcho a Berlín.
A las 04.30 de la mañana cogimos un taxi a Barajas, y el taxista nos perdonó 1 euro a cambio de un cigarrillo. Esperamos sin éxito que algún bar abriera para desayunar, pero justo en el momento en que una cafetería despegaba el cierre del suelo, retumbó en el aire el aviso para que embarcáramos en nuestro avión.
Berlín, 15ºC. Famélica, sin haber desayunado aún tras dos horas y media de viaje. Nos metemos en el S, equivalente al cercanías. Olvido el hambre en cuanto tomo contacto con las vistas de la ciudad; edificios lineales, ríos, pintadas de graffiti y mucho verde bosque. Eso sí, en nuestra parada, sin salir siquiera a la calle, consigo agenciarme un bocadillo de jamón, piña, lechuga, queso y una deliciosa salsa, probablemente el más sabroso en años, que devoro en 5 minutos. Conseguimos localizar el hotel, frente a la Kaiser Wilhem Gedächtnis- Kirche, que después bautizaríamos como la Kaputen Kirche.
Tras dejar el equipaje, nos tomamos unas salchichas (estamos en Alemania, al fin y al cabo) con curry, y ya con el estómago calmado, vamos andando con el entusiasmo del primer día hasta la columna de la Victoria. Fue un bonito paseo, nos encontramos por el camino un monumento a los caídos soviéticos en la II Guerra Mundial. Ya en la columna de la Victoria, vimos una muestra sobre la historia de su edificación, pero también encontramos, no sé bien el motivo, maquetas de edificios emblemáticos de otros países (el Escorial, la torre Eiffel, el Big Ben...)
Tras 200 peldaños por una escalera de caracol, comprobando que casi todas las pintadas conmemorativas en la pared que ha garrapateado la gente están en habla hispana, conseguimos la primera vista de Berlín, grandiosa. Bajamos las escaleras de nuevo con el consiguiente yuyu que da (es peor bajar que subir, sobre todo porque otras personas ascienden y hay que hacer malabarismos y tienes delante una precisa vista del aaaay como me caigaaaa...).
Continuamos la caminata por el paseo de la Victoria hasta la Puerta de Brandenburgo, epicentro de viaje; ha sido un privilegio poder pasar por la puerta sin restricciones; no hace tanto tiempo, esa misma puerta era infranqueable, situada entre dos muros que cercenaban la ciudad.
Construida en 1790, Napoleón la "secuestró" durante la invasión francesa, y se la llevó a París., hasta 1814 en que fue restablecida a su lugar de origen. Curiosamente, la plaza donde está situada la puerta de Brandenburgo se denomina la Plaza de París, y la escultura está orientada hacia la embajada francesa, como un guiño de humor alemán.
Entramos al lugar del silencio, una pequeña habitación situada lo más cerca posible de la antigua frontera. Cualquiera puede venir para disponer de un ratito de paz. La idea es que exista un lugar de encuentro por encima de todas las diferencias de los hombres.
Debíamos esperar 1 hora para entrar en el Reichstag, por lo que decidimos dejar el parlamento para otro día y dar un lindo paseo ecológico; cogimos un ciclotaxi. Con una mantita en el regazo como los abuelos - que agradecí en cuanto profundizamos por Tiergarten - mereció la pena recorrer el centro guiados por un ciclotaxista que decía hablar inglés pero al que sólo comprendimos el 15% de su perorata.
Después nos apetecía un café, que resultó ser destestable, y un trocito de tarta, mucho más rica. Curioseamos por las tiendas, terminamos yéndonos de compras, salimos a cenar y nos fuimos a un club tranquilito a tomarnos unas cervezas para imbuirnos en el espíritu alemán.
Vimos el ayuntamiento rojo (Rotes Rathous), la fuentecilla de Neptuno,
el Domo (5 E la entrada, + 10 céntimos por folleto informativo que se desee recoger; así nos enteramos de que como la catedral quedó en el lado comunista, se pensó en derruirla hacia 1950)
También nos dedicamos a la cultura por la isla de los museos (el museo de Pérgamo es genial, especializado en puertas; la puerta de Babilonia, impresionante, la puerta del mercado de Mileto, curiosa, la fachada del altar de Zeus, que no deja de ser una puerta al templo...)
Nos dirigimos al Reichstag, con la idea de verlo de noche, y nos pusimos a esperar nuestro turno para acceder. Conocimos a unas chicas muy majas de Azuqueca de Henares haciendo cola que nos hablaron de la existencia de unos guías turísticos de habla española que al día siguiente organizaban una visita por Berlín. Después cogimos el autobús - con H - 100 para volver hacia la puerta de Brandenburgo. Vincent instauró un nuevo sistema para medir la categoría de los locales. Ni las estrellas Michelín pueden rivalizar con las gotitas Vincent; sólo unos elegidos establecimientos berlineses merecían ser rociados por su pis, y no fue fácil encontrar uno bajo los tilos (unter der linden) que satisfaciera sus necesidades. Nos reímos mucho, en general.Tras 200 peldaños por una escalera de caracol, comprobando que casi todas las pintadas conmemorativas en la pared que ha garrapateado la gente están en habla hispana, conseguimos la primera vista de Berlín, grandiosa. Bajamos las escaleras de nuevo con el consiguiente yuyu que da (es peor bajar que subir, sobre todo porque otras personas ascienden y hay que hacer malabarismos y tienes delante una precisa vista del aaaay como me caigaaaa...).
Continuamos la caminata por el paseo de la Victoria hasta la Puerta de Brandenburgo, epicentro de viaje; ha sido un privilegio poder pasar por la puerta sin restricciones; no hace tanto tiempo, esa misma puerta era infranqueable, situada entre dos muros que cercenaban la ciudad.
Construida en 1790, Napoleón la "secuestró" durante la invasión francesa, y se la llevó a París., hasta 1814 en que fue restablecida a su lugar de origen. Curiosamente, la plaza donde está situada la puerta de Brandenburgo se denomina la Plaza de París, y la escultura está orientada hacia la embajada francesa, como un guiño de humor alemán.
Entramos al lugar del silencio, una pequeña habitación situada lo más cerca posible de la antigua frontera. Cualquiera puede venir para disponer de un ratito de paz. La idea es que exista un lugar de encuentro por encima de todas las diferencias de los hombres.
Debíamos esperar 1 hora para entrar en el Reichstag, por lo que decidimos dejar el parlamento para otro día y dar un lindo paseo ecológico; cogimos un ciclotaxi. Con una mantita en el regazo como los abuelos - que agradecí en cuanto profundizamos por Tiergarten - mereció la pena recorrer el centro guiados por un ciclotaxista que decía hablar inglés pero al que sólo comprendimos el 15% de su perorata.
Después nos apetecía un café, que resultó ser destestable, y un trocito de tarta, mucho más rica. Curioseamos por las tiendas, terminamos yéndonos de compras, salimos a cenar y nos fuimos a un club tranquilito a tomarnos unas cervezas para imbuirnos en el espíritu alemán.
El segundo día detectamos que en Berlín no saben hacer café en condiciones, por lo que empezamos a pedir café strong no te cortes. En el metro la máquina expendedora nos pidió en español que depreciáramos el billete antes de utilizarlo.
Para pedir indicaciones, nosotros, incautos, pensábamos que todos los alemanes hablaban inglés. Preguntamos cual era la línea y el andén correcto para ir al centro. Pues nos dijeron (parrafada ininteligible en alemán) all line(más alemán) to the left. Logramos llegar a nuestro destino, pero no gracias a la ayuda de los seres humanos allí pululantes.
Para pedir indicaciones, nosotros, incautos, pensábamos que todos los alemanes hablaban inglés. Preguntamos cual era la línea y el andén correcto para ir al centro. Pues nos dijeron (parrafada ininteligible en alemán) all line(más alemán) to the left. Logramos llegar a nuestro destino, pero no gracias a la ayuda de los seres humanos allí pululantes.
Vimos el ayuntamiento rojo (Rotes Rathous), la fuentecilla de Neptuno,
el Domo (5 E la entrada, + 10 céntimos por folleto informativo que se desee recoger; así nos enteramos de que como la catedral quedó en el lado comunista, se pensó en derruirla hacia 1950)
También nos dedicamos a la cultura por la isla de los museos (el museo de Pérgamo es genial, especializado en puertas; la puerta de Babilonia, impresionante, la puerta del mercado de Mileto, curiosa, la fachada del altar de Zeus, que no deja de ser una puerta al templo...)
Más tarde entramos en el museo antiguo que custodia el busto de Nefertiti, (una pasada). Quizá debido a la impresión nos marchamos de los edificios olvidando pagar algunas postales que cogimos para observar mejor los pormenores...
El tercer día lo comenzamos volviendo a la puerta de Brandenburgo y disfrutando de un café en Starbucks - el único semidecente que pudimos localizar. Mientras desayunábamos observamos divertidos como un chico estuvo posando para sí mismo durante más de media hora.
Después nos lanzamos a hacer una marcha general por Berlín, descubriendo con sorpresa que la compañía de un guía turístico es mejor que ir buscando datos en una guía. Fue un recorrido apasionante por la historia y el espacio, condensado en unos cuatro kilómetros y medio. Pasamos por el parlamento, el memorial del holocausto,el lugar donde se descubrió el búnker y los restos de Hitler y Eva Braun, el muro, el Check Point Charlie, el Bundesrat (ministerio de aire del III Reich, luego ministerio de la RDA, ahora ministerio de Hacienda, cuántas connotaciones positivas para el lugar),
Gendarmenplatz, una plaza bastante gabacha
Bebelplatz (donde se quemaron el 10 de mayo del 33 miles de volúmenes de ideología subversiva o por haber sido escritos por judíos. Freud comentó al enterarse de que sus libros habían sido carbonizados: “¡Cuánto ha avanzado el mundo: en la Edad Media me habrían quemado a mí!” ).
También hubo tiempo para el esparcimiento; nos pasamos por las galerías Lafayette para echar una ojeada - snobismo prohibitivo - y también por una chocolatería famosa, Fassbender & Rausch. Por la noche, nos acicalamos y nos lanzamos a descubrir un Berlín alternativo; empezamos en la casa okupa, de barra libre por Zapata.
Ibamos unos cuantos españoles, unas chicas irlandesas (de Cork), un chileno y un montón de australianos. Acabamos en la discoteca Matrix. Entre medias, clubes y bares a los que llegamos en tranvía y en metro. No puedo recordarlos todos, pero sí que la noche estuvo bastante bien. A la hora de regresar nos costaba hacernos entender por el taxista; nuestra pronunciación alemana de Kaiser Wilhelm Gedächtniskirche no era tan aceptable como pensábamos. Como compartimos el taxi con Álvaro, el chico de Chile, éste le dijo al taxista que fuera a la Kaputen Kirche. El taxista casi se nos muere de la risa... pero conseguimos llegar al hotel.
Al día siguiente realizamos el itinerario de un tour temático sobre el Berlín comunista. Vimos pruebas y material en el museo de la Stasi, por supuestísimo el trocito original de muro que queda en pie, y creo que le hicimos más fotos a nuestro guía argentino que al paisaje de nuestro entorno.
Terminamos comiendo a las cinco y media de la tarde en un restaurante vietnamita, luego nos fuimos a degustar tartas a una cafetería muy agradable, finalmente nos fuimos de tiendas...
y de vuelta a Zapata a tomar la última (de despedida).
Con el alma a jirones llegamos al último día que disfrutaríamos de la ciudad. Buscamos el museo judío, donde el guardián de los ipods en la entrada nos dijo que escucháramos las pistas de la 1 a la 10 y si había algo puntual que nos llamara la atención, que buscáramos la pista, pero que ni se nos ocurriera escuchar toda esa mierda (sic) porque podíamos tirarnos hasta 4 horas allí. Con semejante presentación...
... el museo, posiblemente el más saneado a base de inyecciones económicas debidas a la mala conciencia tras el Holocausto, es interesante pero no exacto del todo; las elipsis de información tienden a barrer para casa...
No cogimos ningún autobús con H en nuestro último día, pero sí paseamos por Alexanderplatz y vimos el reloj universal, que para mí fue un chasco porque esperaba algo más extraordinario.
Retornamos a España, dejando atrás el fascinante ambiente berlinés, su luz gris tamizada y al chico de HyM sin fotografiar. Cuando llegamos eran las siete de la tarde y harían unos 25ºC, una tarde espléndida para un paseo si no fuera porque Vin tenía que trabajar esa misma noche y yo, estaba moribunda. Regresé llena de nostalgia por esta ciudad rota y reconstruida, con la sensación de que tiene mucho más que ofrecer y que yo debería rehacer el equipaje y subir al siguiente avión de vuelta para allá. Pero con un invierno en el que la temperatura llega a los -20º bajo cero... tendré que esperar al año que viene para retomar mi mochila y continuar viviendo Berlín.
1 comentario:
Honestamente te diré que me ha encantado tú post. Que me he dejado llevar por cada lugar que has recorrido junto a tú... ¿novio o pareja? y que al parecer la han pasado fantástico.
Me han encantado las fotografías y como has descrito cada rincón que has conocido.
La verdad que muy feliz por haber conocido Berlín a través de tus ojos y palabras.
Un beso desde Córdoba, Argentina
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