No sé si me van a comprender. Entiendan que a mí me gusta la música, en general; nunca he sido una nazi musical ni me voy a poner a ello a estas alturas.
Comprendan también, que aunque no pertenezco a los especímenes puristas, a mí me puede gustar desayunar escuchando música clásica, por ejemplo. Aunque mis gustos habituales, (lo que llevo en el ipod, vaya) no incluya a Mozart.
Mi digievolución fue progresiva, como todas las cosas que requieren calidad.
Al principio, cuando era una pequeña humanoide sin capaz de distinción alguna, y por tanto, carente de gusto, mis expectativas musicales se podrían cubrir con, no sé, Los Pitufos, u Hombres G.
Puedo decir que mis orejitas han escuchado de todo, debido en parte a que en mi casa convivía con cuatro personas con gustos distintos entre sí; a mi madre le gustaba la zarzuela, a mi padre Radio Olé, mi hermano mayor pasó de Bruce Springsteen a la ópera y mi otro hermano escuchaba Iron Maiden, Asfalto, Barón Rojo y cosas así. A mí, por no tener discernimento aún, me quedaba para completar este crisol la celebérrima CC Catch, o Rick Astley, que siempre parecía que estaba cantando la misma tonada. Era música definida por la Súper Pop como música disco, canciones comerciales que hicieron mucho daño a las personas de mi edad.
Luego, llegados ya a la edad del pavo, mis ansias melómanas daban cintas de radiocassete de lo más eclécticas; El Último de la Fila se mezclaba sin pavor con Depeche Mode, Black con Modestia Aparte, Ñu con Cock Robin, Whitesnake con Alaska. Extraños maridajes...
Después, como toda adolescente de mi generación, mi grupo favorito pasó a ser Héroes del Silencio, y de ahí por un giro extraño en mis costumbres y amistades, me aficioné a la música de los 50, o más remota aún en el tiempo, y Los Rebeldes (no confundan con los Fresones Rebeldes, hagánme el favor) me dejaron dos o tres canciones que no podría desglosar de mis vivencias.
Luego empezó una etapa muy bonita de mi vida, en la que me acompañaba música no del todo conocida aquí, porque me la grababa un amiguete al que le gustaba el trance y el techno alemán, ahí es nada. Volvía las noches de juerga de camino a casa escuchando estas cadencias, que ahora me resultan en ocasiones rayantes, serán los años, o bien la prueba del algodón de las buenas canciones.
Y encadenando esta etapa recorrí otra, una etapa que recuerdo con mucho cariño porque las oportunidades aún eran incipientes y vivía como si fuera inmortal. Recuerdo que había un chico un poco más melómano que yo, mucho más maniático en lo que a la música se refiere, que me preguntaba qué me gustaba en este campo, y yo le respondía que un poco todo, lo cual le desesperaba (su etiquetada mente no lo conseguía concebir). Fueron tiempos de Oasis, Blur, Embrace, Ocean Colour Scene, Sixpence non the richer y ¡dios de mi vida! Jarabe de palo y El Niño Gusano. Después me fui pasando a Manic Street Preachers, The Verve y reconzco que Eminem no me disgustaba...
Y ahora, ¿qué me gusta?
Pues, por nombrar algunos diría 30 seconds to Mars, Audioslave, Bowie, Coldplay, Danny Elfman, Diana Navarro, Fiona Apple, Foo Fighters, Glen Hasard, Esmeralda Grao, Love of Lesbian, Radiohead, Smashing Pumpkins, Subsonica, The Coral, Maná, Marea, Marlango en el principio de sus tiempos, Noa, Panic at the disco, Pastora, The Killers o Yann Tiersen.
A lo largo de este tiempo he desarrollado también alergia a música del tipo graciosete, esto es, el Chiki chiki me genera angustia, para poner un ejemplo gráfico. No podría soportar esas piezas creadas por Los Inhumanos, Emilio Aragón (Te huelen los pies... Cuidado con Paloma que me han dicho que es de goma...), No me pises que llevo chanclas, Loli la Terremoto de Alcorcón, Las Supremas de Móstoles o Los Manolos.
Es por eso que, aunque mi afición musical abarca gran cantidad de géneros, no comprendo cómo hay personas que se autoinmolan comprando los cedés de Andy y Lucas o El Canto del Loco. Tampoco espero que me entiendan a mí.
Les dejo con Zero Seven para regalarles los oídos.
Comprendan también, que aunque no pertenezco a los especímenes puristas, a mí me puede gustar desayunar escuchando música clásica, por ejemplo. Aunque mis gustos habituales, (lo que llevo en el ipod, vaya) no incluya a Mozart.
Mi digievolución fue progresiva, como todas las cosas que requieren calidad.
Al principio, cuando era una pequeña humanoide sin capaz de distinción alguna, y por tanto, carente de gusto, mis expectativas musicales se podrían cubrir con, no sé, Los Pitufos, u Hombres G.
Puedo decir que mis orejitas han escuchado de todo, debido en parte a que en mi casa convivía con cuatro personas con gustos distintos entre sí; a mi madre le gustaba la zarzuela, a mi padre Radio Olé, mi hermano mayor pasó de Bruce Springsteen a la ópera y mi otro hermano escuchaba Iron Maiden, Asfalto, Barón Rojo y cosas así. A mí, por no tener discernimento aún, me quedaba para completar este crisol la celebérrima CC Catch, o Rick Astley, que siempre parecía que estaba cantando la misma tonada. Era música definida por la Súper Pop como música disco, canciones comerciales que hicieron mucho daño a las personas de mi edad.
Luego, llegados ya a la edad del pavo, mis ansias melómanas daban cintas de radiocassete de lo más eclécticas; El Último de la Fila se mezclaba sin pavor con Depeche Mode, Black con Modestia Aparte, Ñu con Cock Robin, Whitesnake con Alaska. Extraños maridajes...
Después, como toda adolescente de mi generación, mi grupo favorito pasó a ser Héroes del Silencio, y de ahí por un giro extraño en mis costumbres y amistades, me aficioné a la música de los 50, o más remota aún en el tiempo, y Los Rebeldes (no confundan con los Fresones Rebeldes, hagánme el favor) me dejaron dos o tres canciones que no podría desglosar de mis vivencias.
Luego empezó una etapa muy bonita de mi vida, en la que me acompañaba música no del todo conocida aquí, porque me la grababa un amiguete al que le gustaba el trance y el techno alemán, ahí es nada. Volvía las noches de juerga de camino a casa escuchando estas cadencias, que ahora me resultan en ocasiones rayantes, serán los años, o bien la prueba del algodón de las buenas canciones.
Y encadenando esta etapa recorrí otra, una etapa que recuerdo con mucho cariño porque las oportunidades aún eran incipientes y vivía como si fuera inmortal. Recuerdo que había un chico un poco más melómano que yo, mucho más maniático en lo que a la música se refiere, que me preguntaba qué me gustaba en este campo, y yo le respondía que un poco todo, lo cual le desesperaba (su etiquetada mente no lo conseguía concebir). Fueron tiempos de Oasis, Blur, Embrace, Ocean Colour Scene, Sixpence non the richer y ¡dios de mi vida! Jarabe de palo y El Niño Gusano. Después me fui pasando a Manic Street Preachers, The Verve y reconzco que Eminem no me disgustaba...
Y ahora, ¿qué me gusta?
Pues, por nombrar algunos diría 30 seconds to Mars, Audioslave, Bowie, Coldplay, Danny Elfman, Diana Navarro, Fiona Apple, Foo Fighters, Glen Hasard, Esmeralda Grao, Love of Lesbian, Radiohead, Smashing Pumpkins, Subsonica, The Coral, Maná, Marea, Marlango en el principio de sus tiempos, Noa, Panic at the disco, Pastora, The Killers o Yann Tiersen.
A lo largo de este tiempo he desarrollado también alergia a música del tipo graciosete, esto es, el Chiki chiki me genera angustia, para poner un ejemplo gráfico. No podría soportar esas piezas creadas por Los Inhumanos, Emilio Aragón (Te huelen los pies... Cuidado con Paloma que me han dicho que es de goma...), No me pises que llevo chanclas, Loli la Terremoto de Alcorcón, Las Supremas de Móstoles o Los Manolos.
Es por eso que, aunque mi afición musical abarca gran cantidad de géneros, no comprendo cómo hay personas que se autoinmolan comprando los cedés de Andy y Lucas o El Canto del Loco. Tampoco espero que me entiendan a mí.
Les dejo con Zero Seven para regalarles los oídos.
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