Valientes y valiosos

21.4.08

La belleza de un alfarje

Este fin de semana me he paseado por Segovia. Mis ojos han visto un acueducto del siglo II, mis pies han recorrido unos suelos intactos desde hace 500 años, he tocado las paredes de la torre gótica de Juan II en el Alcázar, he oído las campanas de la catedral, la fragancia de la lluvia me acompañó mientras bajaba por la cuesta de la zorra hasta la iglesia de la vera cruz, y he degustado en el barrio de la judería los platos típicos de la zona.

No sabría con qué quedarme de mi estancia; el hotel, San Antonio del Real, es sencillamente el mejor en el que me he hospedado; monasterio construido según los caprichos de Enrique IV, y remodelado por antojo de un empresario segoviano (Isaac Martín) que anduvo 10 años de permisos hasta que consiguió que se le cediera el terreno, es prácticamente un parador con claustro y biblioteca, anexo, claro está, al convento de clarisas.

Tuvimos la suerte de que nuestra habitación diera al claustro

Nos atendieron estupendamente, el personal sabe ser atento y no atosigar. Los desayunos allí fueron perfectos; tenían de todo, zumo recién exprimido, bollería, dulces, macedonias de frutas, y también ofrecían almuerzos para estómagos más resistentes, con bacon y huevos revueltos. La habitación que teníamos había sido una antigua celda del propio monasterio, primero de los franciscanos y después cedido a las monjas clarisas. Estaba muy bien ambientada, aunque ciertamente con elementos anacrónicos como la ducha de hidromasaje...


Por supuesto, visitamos tanto el claustro y la biblioteca pertenecientes al antiguo monasterio (la actual biblioteca se utilizó como carbonera y por tanto el techo no está especialmente bien conservado), y también fuimos a ver el monasterio en sí, detrás del hotel. Pudimos maravillarnos ante los aljarafes del techo, artesonados de madera sin restaurar y sin embargo, intactos, que permiten hacerse una idea de cómo serían los de La Alhambra. Del monasterio, ahora convento, pues fue monasterio para franciscanos y cedido después a las clarisas, cabe destacar que el suelo tampoco ha sido restaurado y continúa siendo el mismo del siglo XV, el patio del claustro es de tipo árabe, con los cuatro caminos del Paraíso, aunque se cerró debido al frío de la provincia. Me gustó el refectorio, decorado por pinturas realizadas por monjas en el siglo XVII, pero la sala capitular me fascinó; merece mención aparte.
Llegamos a Segovia al anochecer y el primer encuentro fue espectacular; vimos la ciudad extramuros, iluminada a lo largo de la muralla. Caminar hacia el Azoguejo, atravesando el acueducto, es como viajar en el tiempo.
El acueducto es sencillamente una solución genial, y las casitas medievales, iglesias románicas, construcciones góticas y renacentistas conviven en el casco antiguo. La plaza mayor es encantadora, con las vistas de la catedral a un extremo y el teatro Juan Bravo, de principios del siglo XX, en el otro. El kiosko en el centro para la banda de música es un lindo detalle más.
Cualquier rincón es bonito para perderse en esta ciudad; el alcázar inspiró el diseño del castillo - insignia de Walt Disney, pero caminar por sus muros llenos de historia y contemplar sus vidrieras y sus salones no tiene absolutamente nada que ver. Las calles que conectan la ciudad, empedradas, estrechas, en cuesta, conservan el encanto de tiempos remotos y a cada paso la historia nos aguarda para regalarnos un pedacito de sí misma. La puerta de la luna evoca historias sólo con el nombre, la iglesia de San Martín aporta encanto a la plaza, y lo mejor de todo es la tranquilidad que toda la ciudad desprende; se escuchan pájaros, persianas de alguna ventana a lo lejos, pocos transeúntes por el casco antiguo, casi todos visitantes, y el silencio sólo se marcha debido a algún coche, pero siempre con la promesa de regresar.

Volvería a Segovia en cualquier momento, posiblemente volvería a alojarme en el mismo hotel, y regresaría para encontrarme el aroma a lluvia y a guisos exquisitamente cocinados, el tacto frío de la piedra, las vistas extensas y sobrias, y el repiqueteo de las campanas, el rumor de los parvos pasos por recovecos empedrados, la sopa castellana que alivia cualquier mal, y sobre todo para volverme a quedar extasiada contemplando la belleza de un alfarje.

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