No se deja engañar dos veces.
Y los lectores tampoco. No necesitan una brújula para saber hacia dónde van las palabras, e intuyen, si no saben con certeza, cuando son ficciones heridas de realidad y cuando son verdades ataviadas de carnavalescos embustes.
En todo este tiempo que no he tenido nada que escribir, excepto citas de otros, también he escrito, tonterías que te hicieron sonreír, y chillidos a los que hiciste caso omiso.
Me he dejado la voz bramando alaridos para que no pases de largo, para que no te encojas de hombros, para que no mires al otro lado. También los días en blanco y negro aullé mis sufrimientos y te manché con la sangre de mis heridas. Y cuando advertí, finalmente, que mis tirones de mangas no servían de mucho, y que mis estertores de dolor sólo valían para que me miraras fascinado, sin tan siquiera brindarme algo más de intimidad, me di por vencida.
No estoy preparada para mi futuro, si es esto lo que se avecina.
No puedo afrontar que las palabras vayan saliendo de su tumba y se pongan a corretear, y a cambio tú seas el muerto. Para que tenga algo que decir, que gritar incluso, y que no me sirva de nada porque para ti esto es una causa enmohecida que no merece la pena, y que te da pereza, o yo que sé. Lo que sí sé es que tu apatía me está pateando y eso me sirve para comprender que todavía me quedan emociones, cuando pensé que las había perdido todas, porque me tronchas las diástoles y me enfureces las sístoles, y pese a que tu indiferencia me hace polvo, he de darte las gracias.
Porque ahora sí sé que tengo algo apremiante que decir, y que es esencial.
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